columna jose luis lopez duarte

 

Para mi amigo “Gory”, el de “La Única”, el que nos decía cuando éramos niños en la esquina del barrio, allá en Guamuchil “me chingo en la olla amá”, era un niño gordito y muy popular entre todos, un triste adiós.

Es difícil comprender el por qué todos los involucrados, con excepción de los investigados, no atienden la fiscalización de los recursos públicos como algo vital para la transparencia y la democracia.

Los diputados, los gobernantes estatales y municipales, la fiscalía del estado y la misma ASE (Auditoría Superior del Estado), a todos, absolutamente a todos, les conviene, desde cualquier ángulo, que la fiscalización del erario público se realice con todo el rigor.

¿Por qué digo lo anterior? ¿Qué ganan los diputados, del partido que sean, en cubrir irregularidades? Ya que lo único que les queda es el posicionamiento de su partido, pero lo que les abona más sin duda es apoyar la legalidad porque es lo que deja políticamente a cada diputado y a su partido.

En cuanto a los gobiernos simplemente resulta ridículo que se involucren en ilícitos que saben les puede costar su puesto y carrera, cuando su trabajo es enaltecer el servicio público siendo lo más útil posible para la sociedad.

La fiscalía del estado no se entiende por ningún lado que resulte tan ociosa cuando todo es cosa de sumas, restas y pagar o comprobar lo que haya faltado, no mueven las demandas que tienen (más de cien) ni siquiera para aparentar que tienen “un gran compromiso con la sociedad”.

Y la ASE, sabiendo tan bien que las reglas elementales del uso de recursos públicos y las técnicas de la administración son muy sencillas: cuánto recibes, cuánto gastas, en qué lo gastas y cómo lo gastas. Es el ABC de la administración de los recursos públicos, por lo que calificar el desempeño en legalidad, transparencia, rentabilidad y honestidad es tan simple que no debiera tener ningún problema.

¿Qué es lo que pasa con todos ellos? No lo sé, pero lo que advierto es que el congreso del estado, desde que funcionaba solo a voluntad del PRI, como cuando llegó la pluralidad y ahora que la mayoría es de MORENA (los primeros para encubrirse y los segundos para descubrirlos), se han desempeñado bajo la lógica de que todo funcionario público es corrupto y que quien entra al gobierno y actúa en política es corrupto, es decir, un prejuicio que matiza la acción de todos desarrollando una mezcla de desconfianza que impide que cada quien haga su trabajo.

Pareciera que con todo lo que he escrito hasta aquí “me chupo el dedo” y desconozco desde la condición humana hasta los mecanismos del cohecho y las complicidades que se tejen en las esferas del poder donde se trafica con todo. Sí se que es un mundo de cosas muy complejas, cuando no debiera ser así.

Más bien parece una pérdida paulatina de la inteligencia donde todo es cada vez más vulgar y burdo, cuando no hace falta tanta descomposición ni enajenación que desvirtúa todo y convierte el trabajo de cualquiera en un sinsentido.

Porque al final de día lo único que prevalece para cualquiera es el trabajo, por lo que la fiscalización debiera ser una cadena de aciertos en favor de la sociedad en lugar de “buenas intenciones” que oculten chapucerías, cuando después de todo en realidad lo único que queda es el principio del viejo Don Alfonso Calderón que lo que importa es la obra, es decir, el trabajo ¿Por qué no se puede hacer esto?