En silencio, pero con fuerza, la más reciente reforma a la Ley Federal para la Prevención e Identificación de Operaciones con Recursos de Procedencia Ilícita (LFPIORPI), publicada en julio de 2025, está transformando la forma en que los usuarios de la banca serán vigilados. Lo que antes se percibía como simples requisitos administrativos ahora se convierte en una lupa permanente sobre nuestros movimientos financieros: el Monto Transaccional de Usuario (MTU).
Hoy, cada depósito, transferencia o retiro ya no es un acto aislado. La banca está obligada a sumar cada una de nuestras operaciones y contrastarlas con el perfil económico que nosotros mismos declaramos al abrir una cuenta. Si lo que gastamos, recibimos o transferimos no coincide con lo que dijimos ganar, la institución debe levantar una alerta, solicitar explicaciones y, en su caso, reportarnos a la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF).
El riesgo para los usuarios es claro:
- Movimientos sin respaldo documental —como préstamos entre familiares, depósitos de terceros o pagos en efectivo— pueden ser interpretados como operaciones inusuales.
- Usar efectivo en operaciones grandes (compra de autos, joyas, inmuebles) está cada vez más restringido; si se excede el umbral legal, la operación podría no concretarse.
- El desconocimiento ya no es excusa: la ley amplió plazos de conservación de información a 10 años y endureció los umbrales de aviso, lo que significa que nuestro historial será examinado con más detalle y durante más tiempo.
Este escenario obliga a los clientes de la banca a ser más disciplinados. No basta con mover dinero: hay que justificarlo. Documentar el origen de cada recurso, declarar montos transaccionales realistas y actualizar periódicamente la información con la institución ya no son trámites opcionales, sino condiciones de supervivencia financiera.
La advertencia es clara: el usuario bancario que no documente, perderá. Perderá libertad de operación, perderá credibilidad ante su banco e incluso podría enfrentar reportes injustificados ante la UIF. La vigilancia financiera ya no se limita a los grandes inversionistas o a quienes mueven millones; ahora alcanza a todos los usuarios que, por descuido, superen el perfil declarado.
La banca se convierte, pues, en el primer filtro de la política antilavado del país. Queda en nosotros entender que el MTU es el nuevo parámetro de confianza y que cada peso que circule en nuestras cuentas debe estar respaldado por un documento, un contrato o una factura.
No se trata de temer, sino de anticiparse: ordenar nuestras finanzas personales y empresariales, hablar con nuestro contador y no dejar cabos sueltos en los movimientos bancarios. El nuevo ojo de la banca ya está abierto y no se cerrará.
CPC, LD y MI Gilberto Soto Beltrán
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