El domingo 7 de septiembre, Culiacán amaneció distinto. Desde temprano, miles de ciudadanos —familias completas, empresarios, jóvenes, líderes sociales y la comunidad católica— respondieron al llamado de vestir de blanco y caminar por la paz. La marcha, que partió de las escalinatas de La Lomita hasta llegar a la Catedral Basílica, no fue solamente un recorrido simbólico: fue un grito colectivo que demostró que Sinaloa está cansado de la violencia y decidido a recuperar la tranquilidad que merece.
Unidad más allá de colores y credos
Lo que más destacó no fue únicamente la multitud, sino la diversidad. Más de cuarenta asociaciones civiles, organismos empresariales como Coparmex y la Diócesis de Culiacán convergieron en un mismo objetivo: exigir seguridad y reconstrucción del tejido social. No hubo banderas partidistas ni intereses particulares, sino un manifiesto ciudadano que trascendió diferencias ideológicas y religiosas. El mensaje fue claro: la paz no es negociable, es un derecho.
Una marcha pacífica, un mensaje contundente
A diferencia de otras manifestaciones marcadas por el enojo o el caos, la de este domingo se distinguió por su serenidad y disciplina. Cantos, carteles con frases como “¡Ya basta!” y oraciones en voz alta acompañaron a los asistentes, quienes avanzaron con determinación pero sin confrontación. El orden y la civilidad fueron prueba de que la sociedad puede alzar la voz sin perder la esencia de lo que defiende: un entorno seguro, justo y pacífico.
El eco hacia las autoridades
La magnitud de la marcha no pasó desapercibida. Los mensajes de los organizadores —empresarios, líderes comunitarios y representantes de la Iglesia— llegaron con fuerza a los distintos niveles de gobierno. La exigencia fue unánime: más allá de discursos y promesas, se necesitan acciones concretas para garantizar la seguridad en Culiacán y en todo Sinaloa. La ciudadanía dejó claro que no se conformará con paliativos, y que seguirá vigilante de los compromisos asumidos.
El renacer de la esperanza
Más allá de la protesta, la marcha dejó un sentimiento de esperanza. Ver a miles caminar juntos, en silencio y con convicción, mostró que en medio de la adversidad, los sinaloenses pueden reencontrarse en torno a un bien superior. El éxito rotundo de esta movilización marcó un precedente: la paz no es tarea exclusiva del gobierno, sino una construcción colectiva donde sociedad y autoridades deben caminar lado a lado.
Reflexión final:
La marcha por la paz del 7 de septiembre quedará registrada como un parteaguas en la historia reciente de Culiacán. No solucionó de inmediato los problemas de inseguridad, pero sí encendió una luz: la de una ciudadanía organizada, unida y firme en su decisión de recuperar su ciudad. El reto, a partir de hoy, será mantener esa fuerza, transformarla en acciones sostenidas y recordar que la paz no se implora: se exige, se trabaja y se conquista.
CPC, LD y MI Gilberto Soto Beltrán
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