El 7 de septiembre del 2025 será recordado como una jornada histórica en la lucha por el rescate de Culiacán de las garras del crimen. La movilización, organizada por diversas agrupaciones civiles, reunió a más de 25,000 ciudadanos, un número sin precedentes en comparación con manifestaciones anteriores.
Este masivo acompañamiento es un testimonio del clamor de una sociedad dolida y agraviada, que decidió alzar la voz ante la indiferencia y la falta de acción del gobierno estatal.
La magnitud de los efectos psicológicos y políticos de esta marcha puede asemejarse a la que se llevó a cabo en enero pasado, tras el asesinato de los niños Gael y Alexander y su padre. Entonces, cerca de 13,000 personas se congregaron para expresar su rechazo a la violencia que ha marcado la vida de los culichis. Sin embargo, lo vivido hace unos días supera ampliamente esa cifra, dejando claro que el deseo de cambio y justicia se ha transformado en un grito colectivo desesperado por la paz.
Pese a los esfuerzos de boicot que intentaron empañar la marcha con—desinformación, amenazas veladas a empresarios, y la aparición de opinadores descalificando a los participantes, o hasta invocando a Tláloc paraqué la lluvia impidiera la asistencia— este movimiento social no fue silenciado.
La gente llegó con la rabia y el miedo latente, pero también con la determinación de demandar «vivos los llevaron, vivos los queremos». Las consignas resonaron con fuerza: «fuera Rocha» y «queremos paz, ya basta», encapsulando el sufrimiento de miles de familias afectadas por la crisis de desapariciones en nuestro estado.
Lo relevante de esta manifestación no es solo el número de asistentes, sino el mensaje de resistencia y unidad que representa. El miedo y la tristeza han sido herramientas del gobierno para controlar a una población que, cansada de mirar hacia otro lado, decidió levantarse. Ante un régimen que ha mostrado su incapacidad para garantizar seguridad y justicia, la ciudadanía demostró que no está vencida, que es capaz de unir esfuerzos y reclamar sus derechos.
Hoy, el verdadero rostro de la derrota pertenece a quienes ocupan el poder: gobernantes, presidentes municipales y representantes populares que, en lugar de escuchar a su pueblo, permanecen aislados en sus oficinas, justificando su inacción con palabras vacías y una negación sistemática de la realidad que viven sus conciudadanos. Su irresponsabilidad no tiene perdón, y la esperanza es que no sean absueltos de los pecados que han cometido en detrimento de quienes les otorgaron su confianza.
La marcha de ayer ilumina un camino que puede parecer sombrío, pero que está impregnado de la determinación colectiva por restablecer la paz. En medio del dolor, surge una luz que no podemos dejar escapar. Quienes trabajaron arduamente para hacerla posible tienen la responsabilidad moral de continuar con ese esfuerzo, porque, como bien dijo Gandhi, «no hay camino hacia la paz, la paz es el camino».
la marcha es un llamado a no olvidar. Debemos recordar cada lágrima derramada, cada vida truncada y cada hogar desgarrado por la violencia, para que, cuando se abra una nueva etapa, no repitamos los errores del pasado. La paz asomó entre las sombras, como palomas trayendo un mensaje de esperanza. Es momento de construir, de exigir y de convertir ese deseo de paz en acciones concretas. Ánimo a todos quienes luchan por un futuro mejor. La transformación comienza aquí y ahora.