La evolución de la Cuarta Transformación (4T) y del partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) durante estos siete años en el poder ha mostrado una tendencia preocupante: la transformación de un gobierno democrático en un aparato de control que parece operar al servicio de intereses particulares. Este fenómeno, que se ha consolidado como una autocracia, ha logrado devorar los espacios políticos, llegando incluso a devorar a sus propios miembros, como es el caso del presidente municipal de Ahome, Gerardo Vargas.
Vargas, reelecto para 2024, se encuentra actualmente en una encrucijada tras ser separado de su cargo por el Congreso de Sinaloa, que procedió a su desafuero a raíz de los supuestos delitos señalados por la Fiscalía estatal. Sin embargo, a pesar de haber obtenido un amparo de un juez federal que ordenó su reinstalación, el desdén que han mostrado las autoridades involucradas —incluyendo al Congreso y al gobernador— hacia esta decisión evidencia un clima de rebeldía institucional. Este escenario plantea interrogantes sobre la independencia del poder judicial y la capacidad de las instituciones para hacer cumplir la ley.
Es posible que Gerardo Vargas enfrente culpabilidades en el proceso judicial en su contra, pero mientras no se emita una sentencia definitiva, prevalece el principio de presunción de inocencia. En este contexto, es importante recordar que la justicia debe ser un pilar fundamental en un sistema democrático; sin embargo, la manipulación política y las persecuciones mediáticas enturbian las aguas del debido proceso.
Desde su aspiración fallida a la gubernatura en 2021, Vargas quedó marcado como un adversario del rochismo que predomina en el poder de Sinaloa. Este ambiente hostil se ha intensificado, y su destino se vislumbra sombrío, ya que se convierte en un sospechoso a ojos de quienes consideran que podría disputarle la candidatura de Morena para la gubernatura en 2027. La trampa legal y la ofensiva mediática que ha enfrentado son síntomas de un sistema político donde la lealtad absoluta al poder establecido es la única forma de sobrevivir.
Esta dinámica no es nueva en un México donde la historia ha demostrado que en situaciones de autocracia, el apetito insaciable por el poder puede llevar a desbordar los límites de la legalidad y la ética. La misma suerte han corrido otros críticos del régimen actual, como Jesús Estrada Ferreiro y el químico Benítez, quienes también fueron devorados por el mismo monstruo que hoy acecha a Vargas. El mensaje es claro: la autocracia se alimenta de sus propios hijos; aquellos que osan cuestionar o desafiar el status quo corren el riesgo de ser neutralizados.
El desgaste al que Gerardo Vargas está siendo sometido en esta batalla legal es extenuante y podría costarle no solo su cargo, sino su legado político. La esperanza radica en que la justicia federal actúe con imparcialidad y pueda ofrecer una resolución favorable a su situación. No obstante, el desenlace de esta trama no será únicamente un asunto legal; representa una lucha más amplia entre el ejercicio legítimo del poder y el autoritarismo que amenaza con aniquilar cualquier forma de disidencia en el ámbito político. Ojalá que se recupere el equilibrio y se restablezca la justicia en un entorno que necesita con urgencia una renovación de principios democráticos.