La ofensiva de Trump es evidente; se traduce en una negociación sobre la relación entre el gobierno mexicano y los Estados Unidos. Aquí no se trata de tomates ni de chiles, sino de un asunto más profundo y complejo: ¿hacia dónde caminarán México y Estados Unidos en las próximas décadas?
Este dilema se manifiesta en la naturaleza de la relación bilateral. Durante gran parte del gobierno de la Cuarta Transformación (4T), hemos sido testigos de controversias constantes que han marcado la pauta de la diplomacia mexicana. La pregunta persiste: ¿será este un periodo caracterizado por la colaboración y la buena vecindad, o continuarán las tensiones que han definido el paisaje político de ambos países? Los aranceles, ya sean sobre cobre, automóviles o tomates, se convierten en herramientas en esta negociación, recordándonos el Tratado de Libre Comercio (TLC) de 1994, que ahora parece un eco distante.
Las contradicciones entre ambas naciones son de gran trascendencia. La posibilidad de alcanzar un acuerdo global o no determinará si se atiende de manera congruente la compleja relación de vecindad y el peso específico que tiene México en la economía estadounidense. El dilema que enfrentamos es claro: ¿somos socios o no? ¿Amigos o enemigos? Esta dicotomía abarca el comercio, las leyes y la política, y se traduce en que México priorizará sus relaciones con Estados Unidos sobre cualquier otra nación. Los intereses de ambos países dictarán sus respectivas estrategias.
Es cierto que ciertos productos mexicanos, como el tomate y el aguacate, son cruciales para el mercado estadounidense. Sin embargo, centrar el diálogo únicamente en estas mercancías es reducir un problema mayor a un nivel simplista. La política impuesta por la 4T ha chocado con las estrategias globales de Estados Unidos, creando un escenario donde el déficit de producción de maíz de México para la cosecha 2024-2025 —estimado en 25 millones de toneladas— pone al país en una situación delicada. Este déficit podría ser cubierto por la abundante producción estadounidense, que se sitúa en 450 millones de toneladas, lo que convierte a Estados Unidos en el mayor productor mundial de maíz. Además, el riesgo de que Estados Unidos implemente aranceles sobre estas exportaciones es una amenaza palpable que podría afectar severamente a la economía mexicana.
La raíz del problema radica en el diferendo político actual entre ambos países. Cada nación ha seguido enfoques y estrategias distintas en sus alianzas globales. Por ejemplo, podemos observar cómo se aborda la relación con países como Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como el potencial papel de México como facilitador para las actividades comerciales de China en la frontera estadounidense.
Es fundamental reconocer que Trump no aplica un patrón único para México; su estrategia es una política generalizada de Estados Unidos hacia el mundo. No está claro cuánto avanzará Estados Unidos en esta táctica, pero lo que sí es evidente es que muchos países, incluido México, han retrocedido en sus negociaciones y se han ajustado a las condiciones impuestas por la potencia del norte.
La capacidad de México para rebelarse y poner límites a la primera potencia mundial es cuestionable. Esta es la esencia del debate: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar? El desafío no son los tomates; es la voluntad política de garantizar que México mantenga su soberanía y dignidad frente a una realidad internacional compleja. La forma en que abordemos estos temas definirá nuestro futuro en el escenario global.