México vive una transformación sin precedentes en su modelo laboral. En medio de una economía que exige competitividad y justicia social, las recientes reformas a la Ley Federal del Trabajo (LFT) marcan un antes y un después en la defensa de los derechos laborales y en el rediseño de las obligaciones patronales. No se trata solo de nuevas reglas, sino de un cambio estructural que, de implementarse correctamente, podría mejorar sustancialmente la calidad de vida de millones de trabajadores.
La primera gran sacudida vino con la ampliación de las vacaciones a partir de 2023, duplicando el descanso mínimo para los trabajadores de seis a doce días. Le siguieron reformas aún más profundas: la regulación de las propinas, garantizando que no sustituyan el salario base y que sean distribuidas íntegramente a los empleados; la reducción progresiva de la jornada laboral a 40 horas, que coloca a México en un estándar internacional más humano; y la ya conocida “Ley Silla”, que prohíbe jornadas laborales obligadas de pie, una práctica común en sectores como comercio y manufactura.
Pero quizá uno de los cambios más disruptivos es la formalización parcial del trabajo en plataformas digitales, que obliga a empresas como Uber, DiDi y Rappi a ofrecer seguridad social y prestaciones a quienes logren obtener el salario mínimo mensual. Este avance reconoce una realidad laboral que había permanecido en la sombra, y aunque deja retos pendientes, representa un paso hacia la protección de millones de trabajadores digitales.
En paralelo, las multas por incumplimiento patronal se han endurecido, enviando un mensaje claro: no habrá tolerancia para quienes nieguen derechos laborales básicos. Las sanciones, que pueden superar los 160 mil pesos por cada infracción, buscan terminar con décadas de simulaciones y abusos.
Sin embargo, la implementación de estas reformas no está exenta de desafíos. Muchas pequeñas y medianas empresas, que constituyen la mayoría del tejido empresarial mexicano, podrían enfrentar dificultades económicas para cumplir con todas estas nuevas obligaciones. Si bien los derechos laborales son irrenunciables, es urgente que las autoridades acompañen estos cambios con políticas públicas de apoyo a la productividad, incentivos fiscales y programas de capacitación empresarial. De lo contrario, el riesgo es que estas reformas, en lugar de beneficiar, terminen siendo vistas como una carga insostenible.
Por otro lado, el éxito de estas medidas dependerá en gran medida de la capacidad de inspección y vigilancia de las autoridades laborales, históricamente rebasadas por la informalidad y la falta de recursos. No basta con reformar la ley; se requiere hacerla cumplir, con estrategias coordinadas entre gobierno, sindicatos y empleadores.
En conclusión, México está escribiendo una nueva página en su historia laboral. La apuesta es audaz, y aunque los retos son enormes, el beneficio social y económico que puede derivarse de un mercado laboral más justo y digno es incalculable. Hoy más que nunca, el reto no es solo legislar, sino implementar, supervisar y acompañar. Porque el futuro del trabajo en México se está construyendo aquí y ahora, y todos somos responsables de que este sea un futuro de bienestar y justicia para todos.
CPC, LD y MI Gilberto Soto
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El reciente análisis financiero del Poder Ejecutivo Federal al cierre de 2024 revela un panorama que no debe ser minimizado: los ingresos públicos disminuyeron, el gasto aumentó significativamente, y el déficit del ejercicio se triplicó con respecto al año anterior. Aun cuando el gobierno mantiene una liquidez notable, el deterioro del patrimonio público y el crecimiento desmedido del endeudamiento representan un riesgo estructural que exige acciones inmediatas y sostenidas.
La cifra más elocuente es el desahorro de 1.83 billones de pesos en 2024. A pesar de contar con recursos para cubrir sus pasivos de corto plazo, el Poder Ejecutivo está acumulando deuda para financiar un gasto que, en gran medida, no se traduce en crecimiento productivo ni en fortalecimiento institucional. La alta proporción de transferencias sociales y subvenciones sin mecanismos de evaluación de impacto hace que una parte importante del presupuesto público pierda fuerza transformadora.
A este contexto se suma un endeudamiento creciente: los pasivos totales representan casi 1.6 veces el total de los activos del Ejecutivo, lo que implica una posición patrimonial neta negativa y en deterioro. El problema, por tanto, no es solo fiscal, sino estructural. Estamos frente a un modelo que ha priorizado el gasto expansivo sin garantizar su sostenibilidad a mediano plazo.
¿Qué hacer? Las respuestas son complejas, pero necesarias. En primer lugar, urge una disciplina fiscal gradual, que racionalice el gasto corriente y priorice inversiones de alto impacto social y económico. En segundo lugar, una reforma hacendaria progresiva debe ampliar la base tributaria sin sacrificar la equidad ni la actividad económica. Tercero, la deuda pública debe gestionarse con visión de largo plazo, estableciendo metas realistas de balance primario y diversificación del financiamiento.
El 2025 no puede ser otro año de espera. La coyuntura exige decisiones firmes, técnicas y valientes. Apostar por el equilibrio fiscal no significa frenar el desarrollo, sino asegurar que este sea duradero, justo y sustentado en instituciones fuertes. La contabilidad gubernamental no es solo un registro: es el espejo en el que un Estado se mira y define su legado.
CPC, LD y MI Gilberto Soto
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