A medida que nos acercamos a octubre, el reloj avanza inexorablemente hacia el final del plazo de 90 días establecido por Donald Trump para la posible aplicación de aranceles generales a las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos.
Un plazo que ha sido objeto de especulación y tensión, y que pone en jaque a la gestión de Marcelo Ebrard, actual Secretario de Economía. Con la sombra de nuevos aranceles a la vista, es vital reflexionar sobre el destino de las relaciones económicas entre México y su vecino del norte.
Pese al creciente clamor por claridad, lo cierto es que aún no se vislumbra una solución. Las conversaciones parecen danzar en un vacío informativo, donde el silencio pesa más que las palabras.
En este contexto, la incertidumbre domina el panorama: ¿prevalecerán los intereses de ambas naciones o se impondrá una nueva pausa en esta negociación desgastante? Ciertamente, nuestro gobierno enfrenta presiones sin precedentes, con una administración estadounidense que exige más y más, sumando a sus demandas un reclamo que parece encarar directamente al corazón de la Cuarta Transformación (4T).
Más allá de las arcas fiscales, el dilema se torna político. La presidenta, en una posición delicada, se encuentra atrapada entre la espada y la pared.
Al mismo tiempo que se le empuja a comprometerse con un cambio radical, su vínculo con AMLO y su movimiento se tambalea ante la presión de un escenario que podría desdibujar toda intención de autonomía.
La captura y procesamiento de figuras políticas afines al Lópezobradorismo como moneda de cambio ante el gobierno de Estados Unidos se convierte en un tema candente.
La interpelación política se entrelaza con esta dinámica, creando un telón de fondo en el que la estabilidad de la región se ve comprometida, especialmente en relación a otros actores clave como Venezuela y Colombia.
El gobierno de Claudia Sheinbaum, por su parte, se ve acorralado por el Lopézobradorismo radical, que aboga por mantener intacto el estatus quo establecido por su predecesor.
Esta situación genera un ambiente de creciente tensión, creando un caldo de cultivo ideal para que los temidos aranceles se transformen en una herramienta de definición geopolítica a favor de los intereses estadounidenses.
Sin embargo, hasta ahora, el juego de toma y daca entre ambos gobiernos ha permanecido en un limbo, prolongando la incertidumbre de lo que vendrá.
En un contexto que solía estar dominado por el narcotráfico y la violencia, donde la justicia y la seguridad revestían una relevancia primordial, hoy nos encontramos ante un redireccionamiento del debate hacia la economía.
La captura de Ismael Zambada parecía un hito importante, pero las expectativas de un uso eficaz de esa información han quedado frustradas. Más bien, Estados Unidos está poniendo sus cartas sobre la mesa, optando por la negociación comercial antes que la aplicación de estrategias efectivas en temas de seguridad.
Parece evidente que el interés de Estados Unidos no radica en ver a México como un aliado democrático consolidado. Una república estable y próspera podría significar competencia en términos económicos, algo que definitivamente les resulta incómodo.
Su preferencia parece inclinarse hacia un entorno de debilidad estructural en el sur. Para ellos, la inestabilidad en México es preferible; un estado fallido les brinda condiciones más favorables para sus negocios, particularmente aquellos asociados al tráfico de drogas, un problema que, lejos de buscar solución, les propicia un sustento económico.
La situación es clara: la 4T, lejos de corregir las fallas estructurales, las está exacerbando. La presidenta Sheinbaum, atrapada en una telaraña de compromisos, ve cómo su imagen y credibilidad se deshilachan con cada día que pasa.
Al final del día, la carga de AMLO y su movimiento podría resultar demasiado pesada. El futuro es incierto, pero una cosa es segura: al mirar hacia el horizonte de diciembre, es fácil prever que el escenario que se dibuja es más complejo de lo que aparenta. Sin duda, el fin de año traerá consigo definiciones cruciales, tanto para la política interna como para el vínculo México-Estados Unidos. El tiempo nos lo dirá.