Desde sus inicios, el gobierno de Rubén Rocha ha estado marcado por un sinfín de crisis que han minado no solo su imagen, sino la seguridad y estabilidad del estado de Sinaloa. La pugna interna del crimen organizado, desatada tras el asesinato de Héctor Melesio Cuén y el secuestro de Ismael Zambada, sentó las bases de un descalabro en la percepción pública y política, llevándolo a ocupar los últimos lugares en las encuestas. Este fracaso no sólo es el resultado de eventos aislados, sino de un cúmulo de errores y una incapacidad palpable para gestionar situaciones críticas.
El daño infligido al gobierno rochista es abrumador, con un rechazo popular que crece diariamente. La falta de autocrítica y el autocastigo parecen ser la norma, evidenciando una soberbia que, lejos de servir como escudo, se convierte en una rémora en tiempos de crisis. La incapacidad para solucionar problemas acuciantes y la despreocupación ante el sufrimiento de la ciudadanía manifiestan un gobierno que se encuentra en una trinchera muy complicada, y que parece estar destinado a enfrentar sus últimos años cargando con un fardo de fracasos acumulados.
El papel del gobierno federal, que antaño ostentaba un poder casi absoluto, ahora se ve debilitado por las crisis que afectan al país. Las carencias estructurales, inducidas en buena parte por las ambiciones desmedidas de la 4T, son el reflejo de una administración que apostó más a la lealtad que a la capacidad. Esta situación ha generado un aire de simulación e hipocresía que resulta insostenible en medio de una realidad que desmorona cualquier castillo de naipes construido sobre promesas vacías.
Es claro que Sinaloa no es un caso aislado; los problemas que enfrenta el estado son un microcosmos de los conflictos nacionales. Apagar el fuego en Sinaloa, cuando todo el país arde, es una tarea monumental. Rubén Rocha tiene muy pocas cartas para jugar en un contexto donde las alianzas políticas se han vuelto espacios vacíos y poco funcionales. Su propio partido, Morena, y sus colaboradores en el ámbito político local parecen más interesados en la autopromoción que en ofrecer soluciones efectivas.
Los senadores y diputados, que deberían ser aliados estratégicos, a menudo se comportan como meros aplaudidores sin capacidad de acción real. cosa distinta es el diputado opositor Mario Zamora, quien ha logrado relaciones económicas de éxito qué podrían agregar valor a los altos de Sinaloa, subraya esa ineptitud de morena .
Por otra parte, la figura del presidente municipal de Culiacán, aunque podría representar una oportunidad, adolece de inacción ante los problemas apremiantes de la capital. En este contexto, solo los grandes empresarios de Sinaloa y las potenciales alianzas con grupos internacionales podrían ofrecer una salida a la crisis. La necesidad de inyecciones de capital que oxigenen la economía es urgente; sin inversiones significativas, cualquier esfuerzo puede considerarse un mero “vaso de agua en el desierto”.
En conclusión, el gobierno de Rubén Rocha necesita urgentemente un cambio de rumbo que implique no solo fortalecer su andamiaje político, sino también atraer recursos que permitan enfrentar la tormenta. Sin ello, Sinaloa seguirá atrapado en una espiral de violencia y descontento que sólo exacerbará sus problemas. La reconstrucción del tejido social y económico será posible únicamente con un liderazgo capaz, comprometido y, sobre todo, efectivo.