
En las últimas semanas, diversos análisis han sido elaborados por comentaristas y expertos de distintos medios sobre el futuro electoral en México, poniendo énfasis casi exclusivamente en el partido Morena y la Cuarta Transformación (4T). Este enfoque parcial tiende a descalificar a la oposición antes de considerar su potencial en las elecciones de 2027. Se asume, sin mayor debate, que Morena, en su hegemonía actual, está destinada a ganar, desestimando la posibilidad, por remota que parezca, de que la oposición pueda tener un papel relevante o incluso victorioso.
Este pensamiento es preocupante, pues subestima la dinámica cambiante del entorno político y social en el que se desenvuelve la 4T. A lo largo de estos siete años de gobierno, hemos sido testigos de una serie de crisis que ponen en entredicho la capacidad del régimen para mantener su popularidad y eficacia. La inseguridad y la violencia continúan marcando el día a día de millones de mexicanos, creando un clima de desesperanza y frustración que no cede. Las estadísticas alarmantes revelan un «río de sangre» que continúa fluyendo, agravado por la percepción de impunidad y la ineficacia en las políticas de seguridad pública.
A esta crisis de seguridad se le suma la creciente crisis de salud, caracterizada por el desabasto de medicamentos y la exposición de sistemas de salud colapsados como el IMSS, que se encuentra al borde de la quiebra. La incertidumbre económica también se hace presente, con la pérdida de empleos y una agricultura en crisis, situación que se agrava por decisiones administrativas dañinas que destruyen los mecanismos de apoyo a los productores. La relación con Estados Unidos, cargada de tensión e incertidumbre política, añade otra capa de riesgo a un panorama ya complicado.
Frente a este cúmulo de crisis, se observa una disminución constante en la confianza de la ciudadanía hacia la 4T y Morena. El desprestigio provocado por vínculos con el crimen organizado, actos de corrupción y una ineptitud evidente en la gobernanza son signos que no pueden ignorarse. Estos factores, en conjunto, generan un clima propicio para que nuevas tendencias políticas surjan a medida que se aproximan las elecciones.
Desde un enfoque regional, el deterioro del gobierno estatal en Sinaloa deja mucho que desear. Culiacán, en particular, ha sufrido enormemente debido a la violencia derivada de la lucha entre grupos criminales, lo que ha repercutido negativamente en todos los aspectos sociales y económicos de la región. La implícita pregunta que surge es: con estas condiciones adversas, ¿los sinaloenses estarán dispuestos a volver a votar por Morena y sus aliados?
La narrativa que sostiene que, pase lo que pase, Morena ganará, ignora las razones por las cuales los electores pueden optar por alternativas diferentes. En medio de un contexto tan adverso, la duda se hace presente: ¿realmente la oposición carece de posibilidades? Tal vez el error más grave que se puede cometer es subestimar los cambios en el ánimo popular y las nuevas opciones que podrían surgir ante la insatisfacción generalizada.
En conclusión, la posibilidad de que la oposición logre capitalizar el descontento ciudadano no debe ser descartada. Los próximos meses, llenos de desafíos complejos, ofrecerán un terreno fértil para examinar cómo se desenvuelven estas crisis y qué nuevas combinaciones políticas emergen en el horizonte. Sin duda, el resultado de estas dinámicas marcará el rumbo electoral hacia 2027 y definirá si realmente hay un espacio para que la oposición compita de manera efectiva.